El vínculo entre el café y la actividad literaria no es reciente ni está sujeta a moda alguna. Es una constante asentada en el mundo de la creación desde el siglo XVII. Tanto la bebida como el lugar de expendio de esta irradian magia alrededor del hecho de escribir, inventar historias, crear personajes, y soñar despiertos, quizá por las volutas de vapor que emanan las tazas de café. Más de un autor a tenido su mesa reservada en un café para escribir a mano sobre servilletas, tickets de tranvía o boletos de ómnibus, a falta de un cartapacio o un bloc de notas. En la actualidad, solo varía el uso de recursos: laptops, smart y otros dispositivos que han reemplazado al papel, pero el encanto del aroma del establecimiento permanece inalterable.
Y es aquí en la Argentina, donde nacen los primeros cafés culturales, cafeterías que grafican mil historias de grandes escritores y poetas, se dice que existe un café en Buenos Aires donde Jorge Luis Borges solía escribir, y Baldomero Fernandez imaginaba y soñaba entre la lluvia y un café, una noche dejó escrito en una servilleta:
» A pesar de la lluvia yo he salido
a tomar un café. Estoy sentado
bajo el toldo tirante y empapado
de este viejo Tortoni conocido.»
Dicen también que sus paredes guardan la voz de Alfonsina, mientras la maga es dibujada con palabras y rayuela por Cortázar, entre cigarrillos y cafés, ni el mismo Federico García Lorca, se pudo resistir a la tentación de escribir sobre sus mesas de mármol, quizá fue allí donde herido de amor reflejó su rostro en una oscura taza de café.
El café, en su doble acepción, no es solo una cuestión externa al ejercicio de la ficción. Es también tema, motivo y fuente de muchas historias que surgen con base en su espíritu socializador de carácter universal. A diferencia de muchos otros productos relacionados con la creación literaria, la sola mención del café prácticamente no requiere de explicación, pues en términos culturales forma parte del acervo de gran parte de la población mundial.
Y no podía ser distinto, es en el ambiente de una tradicional cafetería Barranquina, en la esquina de la avenida principal, frente a los rieles del tranvía, donde comencé a escribir «LUCES EN AYARI», la historia de Lucía, ser de luz venido de las estrellas cuyo encantó y voluntad de esperanza se irradia en la costumbre de entregar piedras con mensajes cifrados, hasta que desaparece sin dejar huellas. Una historia entrañable que nos permite advertir los avatares de la producción de café en el Perú, acercándonos a los pormenores de la vida de los agricultores, comunidades y cooperativas, al punto de brindar más de una lección de vida, en un mundo tan falto de esperanza.
Es que el aroma del café embriaga mi alma, invento palabras entrelazadas con esperanza y fe, que describo una a una en aquella hoja de papel que vive conmigo, y va junto a mí siempre en algún café del mundo.
«Nos volveremos a ver en sueños.»